Hoy a la noche, como de costumbre, los puse en la bañadera a los dos. Como de costumbre también, Renzo empezó a salpicar el baño, esta vez mediante el lanzamiento de los patitos de goma. Y para que la rutina no se rompiera, Oriana lo botoneó. Así es que entré al baño enojado, lo reté a Renzo mientras volvía a poner los patitos en el agua, y con una amenaza que entendió más por mi tono que por mis palabras (No creo que sepa lo que es "descuartizar"), los dejé nuevamente jugando en el agua.
A los dos minutos, escuché la vocecita angelical de Oriana que, por detrás del ruido de goma mojada golpeando contra el suelo, le decía a Renzo que no tirara los patitos fuera del agua. Mientras hacía mis movimientos pre competitivos para no desgarrarme al ajusticiar al vástago rebelde, me llamó la atención que más allá de los retos de Oriana y el ya mencionado caer de los patos, no escuchaba nada. Me pareció raro ya que Renzo suele acompañar sus actos vandálicos con risas o relatos de variada índole.
Con mucho sigilo y un poco de desconfianza me acerqué al baño para agarrarlo in fraganti, pegarle un grito que realmente lo asustara y demás actos que tendieran a poner orden, cuando, oh no-tan-sorpresa, vi que Oriana, mientras lo miraba a Renzo y le seguía diciendo "Renzo, no tires más los patitos fuera del agua", era quien, con un ágil movimiento de brazo, arrojaba a los palmípedos empapados sobre el charco que ya se había formado fuera de la bañadera. A esto, Renzo estaba concentrado en cualquier otra cosa.
Inmediatamente apunté mi índice hacia adentro del baño y dejé que él me llevara hasta dos centímetros de la carita de Oriana, que no esperaba tan rápido el fin de su carrera delictiva. El grito y los reproches los recibió ella, que te agarrééééé, que sos como Pinocho, que sos como el pastorcito mentiroso, que si te gusta que yo lo rete al pobre Renzo, que ahora le pedís perdón. Antes de que Oriana atinara a hacer algo de todo lo que yo le ordenaba, Renzo se dio vuelta y con los ojos llenos de candor le dijo: "Perdón Oriana". Oriana se deshizo en un llanto largo.
No hubo postre para ella pero antes de dormirse recibió doble porción de culpa: el cuento de Pinocho y el cuento del pastorcito mentiroso.
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